Estamos
atravesando un proceso de dolor, y que se va a intensificar en estos días que
se vienen. Lo cual ha sido manifestado por las autoridades del ministerio de
salud, ya que este artículo está siendo publicado en el inicio de la etapa pico
del coronavirus.
Tradicionalmente
estamos preparados a atravesar la etapa de dolor, al respecto no se nos prepara
a experimentar el dolor por la pérdida, sin embargo por las experiencias
cercanas hemos aprendido con dificultades o no a conllevar el duelo ante la
pérdida de un ser querido. En este sentido el proceso de elaboración del duelo
tradicional con el cuerpo presente es lo que mayormente hemos evidenciado.
La pandemia
nos trae un nuevo escenario que nos recomienda la OMS y su protocolo para la
prevención del coronavirus, la cual consiste en cremar el cuerpo de nuestros
seres queridos. Si bien es funcional, no es fácil. Mayormente realizamos un
proceso de duelo en la cual acompañamos a quien falleció en un conjunto de rituales,
de despedida y para finalizar en el entierro en el camposanto. Lo cual trae
cierto nivel de paz, de descarga, de desahogo, de compartir un vínculo, de
acompañar a quien se despide. La presente pandemia nos quita aquello por
seguridad, lo racional que la propuesta se complejiza ante nuestras emociones
de afecto por el ausente.
Ingresamos
a un proceso de elaboración del duelo sin el cuerpo presente, cuando
posteriormente nos brindarán sólo las cenizas y sin un acto fúnebre y de
acercamiento a nuestras creencias por quien ha partido.
Los duelos
inconclusos, van a traer consigo un proceso de mucho trabajo de elaboración y
de expresión de emociones reprimidas, como el sentimiento de culpa, la tristeza,
la rabia y el enojo hacia el otro y consigo mismo.
Al respecto, Robert
Neimeyer nos señalas las situaciones en las que es importante el considerar
pedir ayuda profesional:
Intensos
sentimientos de culpa, provocados por cosas diferentes a las que hizo o dejó de
hacer en el momento de la muerte de su ser querido.
- Pensamientos
de suicidio que van más allá del deseo pasivo de “estar muerto” o de poder
reunirse con su ser querido.
- Desesperación
extrema; la sensación de que por mucho que lo intente nunca va a poder
recuperar una vida que valga la pena viva.
- Inquietud o
depresión prolongadas, la sensación de estar “atrapado” o “ralentizado”
mantenida a lo largo de períodos de varios meses de duración.
- Síntomas
físicos, como la sensación de tener un cuchillo, clavado en el pecho o una
pérdida sustancial de peso, que pueden representar una amenaza para su
bienestar físico.
- Ira
incontrolada, que hace que sus amigos y seres queridos se distancien o que le
lleva “a planear venganza” de su pérdida.
- Dificultades
continuadas de funcionamiento que se ponen de manifiesto en su incapacidad para
conservar su trabajo o realizar las tareas domésticas necesarias para la vida
cotidiana.
- Abuso de
sustancias, confiando demasiado en las drogas o el alcohol para desterrar el
dolor de la pérdida.
El procesar
un duelo inconcluso, ante la ausencia del otro e va a implicar la
necesidad de realizar los duelos simbólicos, proceso que ayudará a ir
entendiendo y aceptar lo experimentado ante la partida del ser amado.
Robert Neimeyer nos
plantea algunas alternativas a considerar para procesar el duelo:
Diez pasos para
Adaptarse a la Pérdida
1. Tomarse
en serio las pequeñas pérdidas. Dedicando tiempo a mostrar que nos preocupamos
por un amigo que se muda lejos de nosotros o a vivir la tristeza que sentimos
cuando dejamos una casa que se ha quedado grande o pequeña para nuestras
necesidades, nos damos a nosotros mismos la oportunidad para “ensayar” nuestra
adaptación a las pérdidas importantes de nuestras vidas. De un modo parecido,
podemos utilizar la muerte de un simple pececillo de colores como una
“oportunidad para aprender”, instruyendo a los niños sobre el significado de la
muerte y su lugar en la vida, preparándoles para futuras pérdidas.
2. Tomarse
tiempo para sentir. Aunque las pérdidas más importantes plantean toda una serie
de exigencias prácticas que hacen que sea difícil “enfrascarnos” en nuestras
reflexiones privadas, debemos encontrar algunos momentos de tranquilidad para
estar solos y sin distracciones. Escribir en privado sobre nuestras
experiencias y reflexiones en momentos de cambio puede ser una forma de mejorar
nuestra sensación de alivio y comprensión.
3.
Encontrar formas sanas de descargar el estrés. Prácticamente por definición,
cualquier tipo de transición es estresante. Debemos buscar formas constructivas
de dominar este estrés, ya sea a través de la actividad, el ejercicio, el
entrenamiento en relajación o la oración.
4. Dar
sentido a la pérdida. En lugar de intentar quitarnos de la cabeza cualquier
pensamiento sobre la pérdida, es mejor que nos permitamos obsesionarnos con
ella. Intentando desterrar las imágenes dolorosas sólo conseguimos darles más
poder. A medida que vamos elaborando una historia coherente de nuestra
experiencia, vamos logrando una mayor perspectiva.
5. Confiar
en alguién. Las cargas compartidas son menos pesadas. Debemos encontrar
personas, que pueden ser familiares, amigos, religiosos o terapeutas, a las que
podamos explicarles lo que estamos pasando sin que nos interrumpan con su
propio “orden del día”. Lo mejor es aceptar con elegancia los gestos de apoyo y
lo oídos dispuestos a escuchar, sabiendo que llegará un momento en que
tendremos que devolver el favor.
6. Dejar a
un lado la necesidad de controlar a los demás. Las otras personas afectadas por
la pérdida tienen su propia manera de elaborarla y siguen su propio ritmo. No
debemos obligarlas a adaptarse al camino que nosotros seguimos para elaborar
nuestro dolor.
7.
Ritualizar la pérdida de un modo que tenga sentido para nosotros. Si el funeral
que se ha celebrado por el fallecimiento de nuestro ser querido no nos ha
satisfecho, podemos preparar un acto que satisfaga nuestras necesidades. Hay
maneras creativas de honrar las pérdidas no tradicionales que encajan con
nosotros y con las transiciones que atravesamos.
8. No
resistir al cambio. Las pérdidas de personas y roles que ocupan un papel
central en nuestras vidas nos transforman para siempre. Lo mejor es abrazar
estos cambios, buscando las oportunidades que presentan para el crecimiento,
independientemente de lo agridulces que puedan resultar, esforzarnos por crecer
con la experiencia de la pérdida, al mismo tiempo que reconocemos los aspectos
en los que nos ha empobrecido.
9. Cosechar
el fruto de la pérdida. La pérdida hace que revisemos nuestras prioridades
vitales y podemos buscar oportunidades para aplicar lo que nos enseña a
proyectos y relaciones futuras. Debemos dejar que nuestras reflexiones
constructivistas encuentren una forma de expresión en acciones adecuadas,
quizás ayudando a otras personas que lo necesiten.
10.
Centrarse en las propias convicciones religiosas. Podemos utilizar la pérdida
como una oportunidad para revisar y renovar las creencias religiosas y
filosóficas que ya dábamos por supuestas, buscando una espiritualidad más
profunda y templada.
Es
importante recordar que el proceso de duelo es necesario elaborarlo, porque
marca un antes y un después en nuestras vidas. Principalmente cuando el otro es
significativo. Un proceso de duelo va a tomar un tiempo para elaborarse, el
cual tiene que respetarse. No es un voltear una página, es tomarse el tiempo
para leer la página y reescribirla.
Psicólogo
Alvaro Silva T.