Amante
Oscar Urbiola en su obra: Gran enciclopedia del sexo. Historia ilustrada de las prácticas sexuales. Anécdotas sucesos curiosos, costumbres y tradiciones, prohibiciones, vicios, rarezas... refiere:
Amante es, básicamente, aquel que ama. Se suele utilizar la expresión “buen amante” para significar así lo diestra que es una persona en la práctica sexual. Pero, de una forma más general, el término suele ser utilizado para designar a la pareja o compañero ilegítimo de un hombre o de una mujer.
En gran parte en esta
historia, el amante siempre ha sido un personaje contradictorio. Unas veces
bien visto y otra veces menos. Y es que, a pesar de introducirse donde
supuestamente no debe, ha sido en muchas ocasiones alabado. Del amante se decía
que era lo que necesitaba toda mujer casada para que ésta pudiera experimentar
todos los placeres del amor. Los marinos trataban a sus esposas como esposas y
madres de sus hijos, mientras los amantes buscaban procurarles placer. Desde
esta perspectiva, al hablar de amantes estaríamos haciéndolo de adulterio, de
infidelidad, de cuernos … Y también de una figura protagonista de un periodo
histórico importante: la cortesana.
Durante gran parte del siglo
XVIII, que el hombre o la mujer unidos en matrimonio tuvieran una y un amante
respectivamente era casi obligatorio dentro de algunos círculos sociales. El
inadmisible que en un príncipe o un rey careciese de amante. Los soberanos, los
nobles y las personas de la clase alta tenían un amante para cubrir las
apariencias, como ostentación. Y llegó un momento en el que el amante era algo
así como un cargo público. A veces, las amantes tenían un cargo superior al de
la propia esposa legal, la cual era muchas veces teñida sólo por descendencia
legal que ofrecía.
Muchos amantes han sido más
poderosas en influencia y en posesiones materiales que aquellos que las mantenían.
Eduardo Fuchs escribe que hubo una época en la que el culto al amante, a la
mujer cortesana, a la concubina, fue tan desorbitado que bien podría
interpretarse aquello como la traducción mundana del culto católico a María. La
amante también era superior a su dueño y más poderosa que él en muchos casos.
Fuchs afirma que la consecuencia de esta situación histórica fue el llamado “gobierno
del amante”, que prestó al antiguo régimen su mala fama en la historia. Sobre
este “gobierno del amante” se resalta la indignación moral debida al hecho de
que se tratara de una prostituta ante cuyos caprichos tenía que inclinarse a
veces la esposa legal, los criados, las amistades, los negocios y, en otras, el
propio pueblo.
Y es que si bien hemos
comparado la actividad del amante con un cargo público, también podríamos decir
que se trataba incluso de una profesión. Para la mujer de algunas épocas, sobre
todo en el 1700, será amante era la actividad más provechosa que podía ejercer:
aunque no aportaba un marido, si amigos que hacían regalos y que las protegían
de las numerosas calamidades del momento. Por ello, muchos padres educaban a
sus hijas en esa dirección.
El ideal de la mujer educada
para ello era ser la amante de un príncipe, pero no siempre era posible. Aunque
ser la concubina de las clases inmediatamente inferiores a las reglas no era
tampoco quedarse con las obras. A veces incluso las mujeres casadas ejercieron
el papel de amantes de ricos señores para obtener así un dinero extra con el
cual sacar adelante su hogar.
Sin embargo, no hay que pasar
por alto la faceta histórica del hombre en el papel de amante: también la mujer
ha disfrutado diamantes por ella elegidos, a mucho de los cuales ha tenido que
comprar también su amor. Para muchos hombres, esta profesión en una fuente
importante de ganancias. Muchas veces eran mujeres entradas ya en la madurez,
cuando sus encantos corporales ya no alcanzaban a seducir a hombres. Y por
algunos ejemplos históricos podremos comprobar que las mujeres no pagaban peor
a sus amantes masculinos que los hombres a la suyas. De la corte de Luis XIV,
por ejemplo, algunos autores hacen mención de “un tal varón Prometau que era mantenido por
una tal Mme. De Rohan le costaba el amor de un señor de MIossons la pequeña
suma de 200.000 taleros. Mme. De Beringhen ofreció el señor de Montlouet d’Argenner,
un hombre apuesto, una pensión mensual de 1200 taleros por sus ternezas y
caricias”.
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